(FRAGMENTO) de Aviso a escolares y estudiantes (2001, Editorial Debate)
Odiosa ayer, la escuela es ya sólo algo ridículo.
¿Hay
que destruirla? Pregunta doblemente absurda. En primer lugar porque ya
está destruida. Cada vez menos concernidos por lo que enseñan y estudian
-y sobre todo por la manera de instruir y de instruirse-, ¿no se afanan
conjuntamente profesores y alumnos en hundir voluntariamente el viejo
paquebote pedagógico que hace aguas por todas partes? El hastío engendra
la violencia, la fealdad de los edificios incita al vandalismo, las
construcciones modernas, cimentadas por el desprecio de los promotores
inmobiliarios, se agrietan, se vienen abajo, arden, según el desgaste
programado de sus materiales de pacotilla. Además, porque el reflejo de
aniquilación se inscribe en la lógica de muerte de una sociedad
mercantil cuya necesidad lucrativa consume lo vivo de los seres y de las
cosas, lo degrada, lo contamina, lo mata. Acentuar el deterioro no
beneficia sólo a los carroñeros de lo inmobiliario, a los ideólogos del
miedo y de la seguridad, a los partidos del odio, de la exclusión, de la
ignorancia, sino que, además, da razones a ese inmovilismo que no deja
de cambiarse de ropaje y enmascara su nulidad con reformas tan
espectaculares como efímeras.
En adelante, cada niño, cada
adolescente, cada adulto, se encuentra en la encrucijada de una
elección: consumirse en un mundo que agota la lógica de una rentabilidad
a cualquier precio, o crear su propia vida creando un ambiente que
asegure su plenitud y su armonía. Porque la existencia cotidiana no
puede ya confundirse por más tiempo con esta supervivencia adaptativa a
la que la han reducido los hombres que producen la mercancía y que son
producidos por ella.
Una sociedad que no tiene otra respuesta a
la miseria que el clientelismo, la caridad y el cambalache, es una
sociedad mafiosa. Poner la escuela bajo el signo de la competitividad es
incitar a la corrupción, y ésa es la moral de los negocios.
Después
de haber arrancado al escolar de sus pulsiones de vida, el sistema
educativo intenta cebarlo artificialmente para llevarlo al mercado de
trabajo, donde seguirá balbuceando hasta la repugnancia el leitmotiv de
su juventud: ¡Que gane el mejor! ¿Que gane qué? ¿Más inteligencia
sensible, más afecto, más serenidad, más lucidez sobre sí y sobre las
circunstancias, más medios para actuar sobre su propia existencia, más
creatividad? No; más dinero y más poder, en un universo que ha consumido
el dinero y el poder de tanto ser consumido por ellos.
Nos
hundimos en las ciénagas de una burocracia parasitaria y mafiosa en la
que el dinero se acumula y gira en un círculo cerrado en lugar de
invertirse en la fabricación de productos de calidad, útiles para
mejorar la vida y su entorno. El dinero es lo que menos falta, en contra
de lo que os aseguran esos a los que habéis elegido; pero la enseñanza
no es un sector rentable.
El bestia arribista venciendo al ser
sensible y generoso; a eso es a lo que mercachifles en el poder llaman,
también ellos, como los brillantes pensadores de antaño, una selección
natural.
¿Acaso sólo habremos revocado el absurdo despotismo
de los dioses para tolerar el fatalismo de una economía que corrompe y
degrada la vida sobre el planeta y nuestra existencia cotidiana? La
única arma de la que disponemos es la voluntad de vivir, aliada con la
consciencia que la propaga. Si se la juzga por la capacidad del hombre
de subvertir lo que le mata, puede ser un arma absoluta. La lógica de
los negocios que intenta gobernarnos exige que toda retribución,
subvención o limosna consentida se pague con una mayor obediencia al
sistema mercantil. No tenéis más elección que seguirla o rechazarla
siguiendo vuestros deseos. O entráis como clientes en el mercado europeo
del saber lucrativo -dicho de otro modo, como esclavos de una
burocracia parasitaria, condenada a hundirse bajo el peso creciente de
su inutilidad-, o peleáis por vuestra autonomía, sentáis las bases de
una escuela y de una sociedad nuevas, y recuperáis, para invertirlo en
la calidad de la vida, el dinero dilapidado cada día en la corrupción
ordinaria de las operaciones financieras.
El dinero robado a
la vida es puesto al servicio del dinero. Ésa es la realidad oculta por
la sombra absurda y amenazante de las grandes instituciones económicas:
Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico, Acuerdo General sobre las Tarifas
Aduaneras y el Comercio, Comisión Europea, Banco de Francia y tutti
quanti. Su apoyo a las fundaciones y a los centros universitarios de
investigación implica a cambio que sea propagado el evangelio del
beneficio, fácilmente transfigurado en verdad universal por la venalidad
de la prensa, de la radio, de la televisión.
Hemos nacido,
decía Shakespeare, para pisotear la cabeza de los reyes. Los reyes y sus
ejércitos de verdugos no son más que polvo. Aprended a avanzar solos y
aplastaréis con el pie a los que, en este mundo suyo que se muere, sólo
tienen la ambición de morir con él.
Algunas citas que aparecen en el libro:
“Ningún niño traspasa
el umbral de una escuela sin exponerse al riesgo de perderse; quiero
decir, de perder esa vida exuberante, ávida de conocimiento y
maravillas, que sería tan gozoso potenciar en lugar de esterilizarla y
desesperarla bajo el aburrido trabajo del saber abstracto.” (p. 4)
“Verdaderamente, hay
que cultivar la estupidez con verborrea ministerial para no echar por
tierra una enseñanza que el pasado amasa aún con las innobles levaduras
del despotismo, del trabajo forzado, de la disciplina militar y de esa
abstracción cuya etimología –abstraere, sacar fuera- manifiesta suficientemente el exilio de sí, la separación de la vida.” (p. 6)
“No queremos una escuela en la que se aprende a sobrevivir desaprendiendo a vivir.” (p. 11)
“No concibo otros proyecto educativo que el de crearse en el amor y el conocimiento de lo vivo” (p. 14)
“¿Es seguro que la
escuela, con la cobardía del asentimiento general, no sigue siendo un
lugar de adiestramiento y de condicionamiento en el que la cultura es el
pretexto y la economía la realidad?” (p. 18)
“Lo que está en juego
es una reestructuración radical de la sociedad y de una enseñanza que
aún no ha descubierto que cada niño, que cada adolescente, posee en
estado bruto la única riqueza del hombre, su creatividad.” (p. 21)
“Si la enseñanza es
recibida con reticencias, o con repugnancia, es que el saber filtrado
por los programas escolares lleva la marca de una antigua herida: ha
sido castrado de su sensualidad original.
El conocimiento del mundo
sin la consciencia de los deseos de la vida es un conocimiento muerto.
No tiene más uso que al servicio de los mecanismos que transforman la
sociedad según las necesidades de la economía. Los alivios que procura
al destino de los hombres, sólo los entrega a regañadientes y con
amenaza de rigor próximo que borrará sus efectos.
Después de haber
arrancado al escolar de sus pulsiones de vida, el sistema educativo
intenta cebarlo artificialmente para llevarlo al mercado de trabajo,
donde seguirá balbuceando hasta la repugnancia del leitmotiv de su
juventud: ¡Que gane el mejor!
¿Qué gane qué? ¿Más inteligencia
sensible, más afecto, más serenidad, más lucidez sobre sí y sobre las
circunstancias, más medios para actuar sobre su propia existencia, más
creatividad? No, más dinero y más poder, en un universo que ha consumido
el dinero y el poder de tanto ser consumido por ellos.” (p. 23)
“Las religiones
necesitan la miseria para perpetuarse, la mantienen para dar más brillo a
sus actos de caridad. ¿Actúa de otro modo el sistema educativo cuando
dar por supuesta en el alumno una debilidad constructiva, siempre
expuesta al pecado de pereza y de ignorancia, de la que sólo puede
absolverlo la, por así decir, misión sagrada del profesor? ¡Ya es tiempo
de acabar con esas pamplinas del pasado!” (p. 26)
“Sujetar una mariposa
con alfileres no es la mejor forma de tener conocimiento con ella.
Quienes transforman lo vivo en cosa muerta, con el pretexto de que sea,
demuestra sólo que su saber no le ha servido siquiera para hacerse
humano” (p. 27)
“No hay niños estúpidos; sólo hay educadores imbéciles.” (p. 50)
“Eso de lo que os vais
a apoderar no será verdaderamente vuestro más que si lo mejoráis; en el
sentido en que vivir significa vivir mejor. Ocupad entonces los
establecimientos escolares en lugar de dejarlos apropiar por su ruina
programada. Embellecedlos a vuestro modo, porque la belleza incita a la
creación y el amor, en lugar de que la fealdad atraiga el odio y la
aniquilación.” (p. 59)